viernes, 19 de agosto de 2022

 EXPULSION, ¿LA SOLUCION?

Este lunes pasado, la guardia costera británica interceptó a 696 migrantes ilegales que viajaban a bordo de diversos tipos de embarcaciones, algunas de ellas tan frágiles que corrían el riesgo de hundirse. Se trata de la cifra de retenciones más grande reportada desde comienzos del año.

Al inicio de esta crisis, el Reino Unido se consideraba a salvo de las dificultades que atraviesan los países costeros mediterráneos; pero en la actualidad, la migración ilegal constituye la preocupación más acuciante de los británicos.

El Brexit fue votado por una mayoría no solo para establecer una economía en círculo cerrado, sino también para preservar las fronteras y romper con la política de acogida a que obligaba seguir en la Unión Europea. Ingleses, galeses y escoceses no desean que lleguen oleadas de rumanos, afganos, iraquíes y otros migrantes africanos o asiáticos. Consideran que el cupo de estos últimos ha llegado al límite.

Rishi Sunak y Liz Truss, los dos candidatos del partido conservador que aspiran a reemplazar al dimisionario Primer ministro, Boris Johnson, han hecho también de la migración el sujeto de mayor debate y al que prometen atajar reforzando el método abierto por Johnson, consistente en expulsar a los ilegales a Ruanda, tras haber firmado un acuerdo con el gobierno de ese país africano.

La otra cara de la medalla nos la ofrecen los países europeos costeros, Grecia, Italia y España, sobre todo, que expulsan a sus ilegales con cuentagotas, y en todo caso por cada expulsado llegan por lo menos otros cinco.  Italia mantiene una solución alternativa: entregar salvoconductos a los migrantes que les permitan atravesar la frontera, sabiendo pertinentemente que el deseo de esos individuos no es tanto permanecer en suelo italiano como refugiarse en Francia, Alemania, los países escandinavos y el Reino Unido.

Sin duda que muchos europeos se interrogan sobre cuantos años se necesitarán para que los  gobiernos apliquen el método de Londres y expulsen masivamente. Que las economías necesiten de esa mano de obra barata, nadie lo pone en duda, pero también cuenta la poca o nula disposición de esas personas para integrarse en las sociedades receptoras.

Las ONG y otras asociaciones que se proclaman defensoras de los derechos humanos se sitúan en la punta de lanza de los que condenan la mano dura contra los ilegales y desearían que las fronteras europeas se abrieran de par en par y sin limitaciones. De nada sirven recordarles que en Africa perdura una curva de la natalidad que sigue disparándose y que la colonización haya sido sustituida, en muchos casos, por un neocolonialismo que solo hace disfrutar a sus elites y al que le sirven los réditos de la exportación de sus nacionales.

Se mantiene también en curso la idea de que los refugiados ucranianos son bienvenidos porque son europeos y blancos, en tanto que los otros no entran en el molde. La idea, no por simplista, no deja de ser peligrosa, aunque si ahondamos en la cuestión, veremos que no es tanto un asunto de color, sino de la forma descontrolada de esas migraciones.

De manera que, a juicios de muchos expertos, por muchas reticencias que se planteen, las expulsiones terminarán por aplicarse sin remordimientos inútiles.

 

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