sábado, 27 de agosto de 2022

 A TITULO DE RECORDATORIO

 

En el conflicto del Sahara Occidental hay un aspecto del que se ignora o se habla muy poco, a mi entender.

Los saharauis son un pueblo históricamente nómada que no se acomodan de la sedentarización.

En la época de la colonización española, se movían por el Sahara (por todo el Sahara, ya que no aceptan fronteras en el desierto) con sus jaimas, sus cabras y sus camellos.

Franco no tenía problemas en aceptar el nomadismo porque él mismo lo conocía perfectamente.

Los saharauis se acercaban a El Aiun o a Villa Cisneros para efectuar compras, recibir asistencia sanitaria o cobrar las pensiones a que tenían derecho.

Es cierto que existía una minoría que, voluntariamente, estaba sedentarizada. Y existía una minoría más importante que actuaba de una manera mixta: una parte del año se sedentarizaba y el resto practicaba el nomadismo.

Entonces, la policía territorial representaba la cohabitación sin problemas existente entre españoles y saharauis.

Atilio Gaudio, el gran experto internacional del Sahara Occidental, señalaba que el nomadismo era “el alma vital” de los saharauis.  Y añadía que no se le ponía imponer la sedentarización.

Por eso, la sedentarización forzada de los saharauis que existen en la parte del territorio administrada por Marruecos, o en los campos de refugiados de Tinduf, en ambos casos son una agresión contra la cultura y las tradiciones del pueblo saharaui.

Hay una curiosa similitud entre la España de Franco y el Marruecos actual. Franco determinó que el territorio eran provincias españolas, avisó de ello a la ONU y distribuyó el DNI entre la población. Marruecos habla de sus “provincias del sur”.

Pero en ambos casos nunca se ha preguntado a los saharauis, en una consulta legal y referendaría, que destino es el que desean. Si se hubiera hecho, esto habría sido el principio de una solución del conflicto.

Marruecos sabía también que mientras Franco estuviera vivo jamás habrían existido esas “provincias del sur”.

Recuerdo que Atilio, en una visita que hicimos a Tinduf, rebuscó en un montículo situado en Hasi Rabuni, al extremo de uno de los campos de refugiados, y extrajo unas puntas de flecha prehistóricas de sílex, diciéndome: Fíjate, el nomadismo de esta gente es tan viejo como este sílex.

A los saharauis más ancianos se les ha dicho en una época que eran españoles; luego que eran marroquíes. Y siempre han respondido con una risa alargada, acariciando sus barbas blancas pobladas.

 

viernes, 26 de agosto de 2022

 

LOS SAHARAUIS SON LOS QUE TIENEN LA PALABRA

 

La idea de que solo son los saharauis quienes deben decidir sobre su futuro no solo es legítima, sostenida por el derecho internacional y las Naciones Unidas; se trata de un principio absolutamente necesario para resolver un contencioso como el que existe actualmente en el Sahara Occidental.

Y, en consecuencia, nadie tiene el derecho a decir los saharauis son marroquíes, argelinos o marcianos. Son lo que son, y ni Marruecos ni España, ni los Estados Unidos pueden decidir en su nombre. Este es el gran defecto del plan autonómico de Marruecos. Y es falsa la afirmación de que Marruecos propuso en su día un referéndum. Fueron las Naciones Unidas quienes lo propusieron; crearon una misión para organizarlo y establecieron un censo electoral basado en los antiguos censos españoles. Esta es la verdad absoluta.

Es cierto, que al principio el rey Hasan II aceptó la idea de un referéndum, e incluso dijo que Marruecos sería el primero en reconocer al futuro estado saharaui; pero pronto empezaron las diferencias sobre la composición del censo. Marruecos no aceptó el censo español y quiso que los colonos marroquíes instalados en el territorio pudieran participar en la consulta. Es evidente que de esta forma el censo final hubiera resultado en detrimento de los saharauis; lo únicos que podían presentar su voto.

Esta es la historia. El referéndum no ha podido celebrarse hasta ahora por dos motivos: el primero, el desacuerdo sobre el censo; y el segundo, más brutal, la decisión final de Marruecos de considerar al territorio como su “provincias del sur”, poniendo un punto final a toda consulta a los saharauis,

Esta es una relación absolutamente coherente con la realidad. No han sido los saharauis los que no han podido celebrar la consulta, no han sido ellos lo que han aceptado ser marroquíes, porque no lo son. No es difícil señalar al culpable de la situación actual.

Por ello, el sr Borrell ha sido coherente con el principio de celebrar la consulta electoral y en señalar que no se puede ignorar el papel de Naciones Unidas. Marruecos no lo ignora pero desde que emprendió su huida hacia adelante considera el caso como cerrado.

Rabat ha obtenido apoyos; no puede negarse. El expresidente, Trump, y el presidente, Pedro Sánchez, encabezan la lista intentando convencer a los saharauis que acepten el plan marroquí. En esa incentiva se hacen los emisarios de Rabat.

Otros líderes, como el presidente Emmanuel Macron, no ha seguido esa línea, Macron tiene excelentes relaciones económicas con Rabat, pero se mantiene en su posición inicial de apoyo al referéndum. Un buen punto para el ejecutivo francés.

El proyecto de Marruecos no tiene nada que ver con Naciones Unidas, como ha señalado la portavoz del gobierno español. La ONU acepta, es cierto, la alternativa de una solución negociada que satisfaga a las dos partes enfrentadas, pero tal opción no se enmarca, ni mucho menos, en la propuesta marroquí.

Por desgracia, es de prever que el emisario de la ONU, Stefan de Mistura, dimita de su cargo al comprobar que una de las partes no contempla en forma alguna saber que piensan los saharauis

 

(manuel ostos)

 

 

 

 

viernes, 19 de agosto de 2022

 EXPULSION, ¿LA SOLUCION?

Este lunes pasado, la guardia costera británica interceptó a 696 migrantes ilegales que viajaban a bordo de diversos tipos de embarcaciones, algunas de ellas tan frágiles que corrían el riesgo de hundirse. Se trata de la cifra de retenciones más grande reportada desde comienzos del año.

Al inicio de esta crisis, el Reino Unido se consideraba a salvo de las dificultades que atraviesan los países costeros mediterráneos; pero en la actualidad, la migración ilegal constituye la preocupación más acuciante de los británicos.

El Brexit fue votado por una mayoría no solo para establecer una economía en círculo cerrado, sino también para preservar las fronteras y romper con la política de acogida a que obligaba seguir en la Unión Europea. Ingleses, galeses y escoceses no desean que lleguen oleadas de rumanos, afganos, iraquíes y otros migrantes africanos o asiáticos. Consideran que el cupo de estos últimos ha llegado al límite.

Rishi Sunak y Liz Truss, los dos candidatos del partido conservador que aspiran a reemplazar al dimisionario Primer ministro, Boris Johnson, han hecho también de la migración el sujeto de mayor debate y al que prometen atajar reforzando el método abierto por Johnson, consistente en expulsar a los ilegales a Ruanda, tras haber firmado un acuerdo con el gobierno de ese país africano.

La otra cara de la medalla nos la ofrecen los países europeos costeros, Grecia, Italia y España, sobre todo, que expulsan a sus ilegales con cuentagotas, y en todo caso por cada expulsado llegan por lo menos otros cinco.  Italia mantiene una solución alternativa: entregar salvoconductos a los migrantes que les permitan atravesar la frontera, sabiendo pertinentemente que el deseo de esos individuos no es tanto permanecer en suelo italiano como refugiarse en Francia, Alemania, los países escandinavos y el Reino Unido.

Sin duda que muchos europeos se interrogan sobre cuantos años se necesitarán para que los  gobiernos apliquen el método de Londres y expulsen masivamente. Que las economías necesiten de esa mano de obra barata, nadie lo pone en duda, pero también cuenta la poca o nula disposición de esas personas para integrarse en las sociedades receptoras.

Las ONG y otras asociaciones que se proclaman defensoras de los derechos humanos se sitúan en la punta de lanza de los que condenan la mano dura contra los ilegales y desearían que las fronteras europeas se abrieran de par en par y sin limitaciones. De nada sirven recordarles que en Africa perdura una curva de la natalidad que sigue disparándose y que la colonización haya sido sustituida, en muchos casos, por un neocolonialismo que solo hace disfrutar a sus elites y al que le sirven los réditos de la exportación de sus nacionales.

Se mantiene también en curso la idea de que los refugiados ucranianos son bienvenidos porque son europeos y blancos, en tanto que los otros no entran en el molde. La idea, no por simplista, no deja de ser peligrosa, aunque si ahondamos en la cuestión, veremos que no es tanto un asunto de color, sino de la forma descontrolada de esas migraciones.

De manera que, a juicios de muchos expertos, por muchas reticencias que se planteen, las expulsiones terminarán por aplicarse sin remordimientos inútiles.