En política y en el mundo real, sabido es que los errores se pagan a un alto precio. La UE se equivocó de plano al dar por buena la afirmación de Putin de que no atacaría ucrania. Los europeos lo creyeron. Los EEUU en cambio advirtieron que las fuerzas rusas invadirían al país vecino “en cuestión de semanas, de días o de horas”.Y los europeos tendieron a ridiculizar esta afirmación acusando al presidente, Joe Biden, de alarmismo. Pero fue Biden quien dijo la verdad a fin de cuentas.
En las semanas que precedieron la agresión, la UE y los EEUU tuvieron la posibilidad de rearmar al ejército ucraniano, proveerle de grandes cantidades de misiles suelo-aire (Stinger) y de misiles anti-tanques (Javelin). Pudieron trasladar los aviones MIG-29 de Polonia a bases ucranianas que todavía no habían sido atacadas. Los EEUU pudieron, incluso, instalar anti-misiles Patriot al oeste del país que iba a ser invadido.
Nada de esto se hizo antes de la invasión.
El segundo error ha sido todavía más dramático, si cabe. Cierto, éste proviene del primer error, pero la gran tragedia ha sido el bombardeo sistemático de ciudades y pueblo ucranianos; más de 2100 civiles muertos en tan solo Mariúpol, bombardeada con un terrible ensañamiento; centenares de niños destrozados por las bombas; ciudades convertidas en escombros; cerca ya de 3 millones de refugiados en los países vecinos. Un mar de sangre y de lágrimas provocado por el nuevo Hitler, el nuevo Stalin de Rusia. La fuerza militar de Rusia es muy superior a la de Ucrania; por ello parece improbable una salida que no satisfaga las exigencias de Rusia. Si las negociaciones entre las dos partes confluyen Ucrania perderá otras partes de su territorio, quedará neutralizada militarmente y permanecerá sometida al monstruo vecino.
Putin jugó fuerte apostando por la pasividad de la OTAN, dejándole libre para destrozar Ucrania. Y es muy posible que la amenaza nuclear del dictador ruso hubiera durado el tiempo en que los EEUU habrían puesto sus fuerzas nucleares en alerta. Una guerra convencional se habría desatado, sin que ni uno ni otro pulsara el botón rojo. Por eso, en esa partida de póker, ha sido la OTAN la que no ha sabido aceptar el envite.
manuel ostos
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