TRUMP: ¿UN ACCIDENTE DE LA HISTORIA?
Con su carácter volátil, su probado racismo, sus mentiras y
su eterno sarcasmo, Donald Trump pasará posiblemente a la historia como el
presidente más controvertido y hasta detestado en las propias filas de su partido.
Pero su presidencia ¿es un accidente de la historia? Algunos políticos
estadounidenses lo creen así, pero otros lo niegan. Para estos últimos Trump es
el resultado de un logaritmo creado por el “establecimiento”, en el que dominan
los intereses de la poderosa clase industrial, militar y energética.
Para el embajador francés en Washington, Gérard Arnaud, sería
una simple fantasía imaginar que Trump es un accidente. No lo sería porque
hacía falta que un presidente se pusiera cuerpo y alma al lado de Israel;
abandonara la idea de buscar un compromiso aceptable por los palestinos; detestara
una emigración acusada de todos los males que sufre la gran América, y mostrara
ostensiblemente su apego a la supremacía blanca.
Veamos los resultados: En Oriente Medio, su emisario e hijo
político, Jared Kushner, es un inepto, tal y como indica el embajador galo. No
conoce la historia de esa región y asume que su misión es sostener a Israel
cueste lo que cueste. Lo que piensen los palestinos le interesa muy poco,
porque las reglas del juego las marca Israel.
Tampoco ha movido un dedo para aconsejar a Netanyahu que no
anexionara el Golán ocupado o el reguero de colonias en Cisjordania. El
embajador Arnaud estima, en consecuencia, que con las espaldas tan bien
guardadas, el primer ministro israelí no hará la mínima concesión hacia los
palestinos. Los acuerdos de Oslo están bien muertos.
En el mismo registro de concesiones a Israel, Trump quiere
poner de rodillas a Irán. Ya no le basta haberse retirado del acuerdo nuclear
con Teherán, firmado en 2015 junto a Rusia, China, Francia, Alemania y el Reino
Unido. Ahora hay que impedir que Irán pueda vender una sola gota de petróleo.
Las compañías occidentales que comercien con Teherán han sido puestas en una
lista negra y están expuestas a represalias. El derecho internacional, las
reglas del comercio mundial, se las salta Trump alegremente, y se felicita por
ello.
Jaleado por su consejero de seguridad, John Bolton, un halcón
entre los halcones, Trump hace también caso omiso de las organizaciones
internacionales. Ya ha abandonado la UNESCO y el Consejo de la ONU sobre
Derechos Humanos, y estaría dispuesto a irse de la ONU si no fuera porque ésta
reside en territorio americano.
En otro ámbito, la era Trump se recordará también por haber
abandonado en 2017 el acuerdo internacional sobre el clima firmado en París en diciembre
de 2015. Al presidente norteamericano no le importa negar las advertencias de
los científicos sobre el calentamiento global de nuestro planeta. Si una ola de
frio golpea Nueva York, como sucedió a principios de año, declara ingenuamente:
“¡Ven ustedes como el clima no se calienta!”
El informe presentado días atrás por el consejero especial,
Rupert Muller, sobre una supuesta interferencia de Rusia en las elecciones
presidenciales de 2016, que vieron la victoria de Trump, no condena explícitamente
al presidente, sin que lo exima por completo de haberse beneficiado de la
operación fabricada por la inteligencia rusa.
Los hackers rusos lograron hacerse con 50.000 correos electrónicos
de John Podesta, jefe de la campaña presidencial de Hilary Clinton, comunicándoselos
a Julian Assange para ser publicados en Wikileaks. Esta acción perjudicó a la
candidata del partido democrático y aventajó a Trump en el resultado final de
los comicios. El presidente mantiene que
en ningún momento el informe Muller revela la existencia de una colusión entre
su equipo y la presidencia rusa.
En las filas de los demócratas algunos han afirmado que no
se opondrían a una operación de destitución de Trump, pero esta idea tiene
escasas posibilidades, por no decir nulas, de prosperar. Nancy Pelosi, la presidenta
de la Cámara de Representantes, se opone a ello, amén de que afectaría negativamente
a toda la clase política.
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