Finalmente la Canciller alemana, Angela Merkel, se ha dado
cuenta del peligro que acecha a su país al acoger a unos 800.000 refugiados,
con una mayoría de musulmanes, cuyo objetivo no es solo elevar el nivel de vida
de sus familias sino trastocar las coordenadas sociales del país de acogida, de
manera a imponer progresivamente la islamización, y con ella todos los peligros
subyacentes.
En octubre del año pasado, Merkel hizo un guiño a los
musulmanes al asegurar que el Islam formaba parte de Alemania, lo que llevó al
51 por ciento de sus compatriotas a criticar tales palabras.
A principios de este mes, la Canciller se corrigió a sí
misma al señalar que existía un riesgo de islamización en Europa, lo que
apuntaba a “leer de nuevo la Biblia y volver a la Iglesia”.
Al hilo de ello, las autoridades alemanas están procediendo
a separar a los refugiados según la religión que profesen, pues se han caso
casos de violencias contra los de confesión cristiana a manos de los que practican
el Islam.
Es digno de tenerse en cuenta que entre los miles de
personas que cruzan las fronteras de Europa, algunas de ellas obedezcan a las
órdenes dadas por Al Qaida y Daech para sembrar el caos por medio de atentados
terroristas. Esa posibilidad ya no se puede descartar y los expertos
occidentales en materia de terrorismo la dan por segura, de manera que no sería
de extrañar que tales hechos luctuosos llegaran a producirse en un tiempo
indeterminado.
Tal y como han analizado algunos comentaristas, existe una
“cara oscura” de esta emigración cuyo control estricto distará mucho de ser
logrado porque ya no se trata del millar, más o menos, de candidatos
establecidos en la ciudad portuaria francesa de Calais con la intención de
entrar clandestinamente en el Reino Unido. Lo que cuenta ahora son cientos de
miles de personas con una capacidad de revuelta y amotinamiento que parecen
ignorar los políticos europeos.
Y si no, véanse las escaramuzas protagonizadas por
centenares de jóvenes sirios, iraquíes y afganos en la frontera húngara, cuando
las autoridades de Budapest se opusieron a la entrada descontrolada de los
mismos a su territorio.
La experiencia demuestra que existe una lucha interna dentro
de los propios practicantes del Islam, entre afirman que se trata de una
religión de paz y los que aseguran que hay que acudir a la “guerra santa” para
desmontar Occidente. A título de ejemplo, véase como los líderes de Al Qaida
siguen obsesionados con “reconquistar” Al-Andalus como si fuera una sagrada
misión en la que no importa perder la vida puesto que ello garantiza el
“paraíso” y la posesión de 72 vírgenes a disposición de los futuros “mártires”.
Hungria y Australia han hallado la fórmula para contener la
avalancha. Los dos países han divulgado en la prensa de los países musulmanes
sendos comunicados en árabe en los que señalan a los que piensan pisar sus
territorios que no lo hagan porque ni le darán refugio ni subvención alguna. Australia ha ido más lejos ya que sistemáticamente
detiene a las personas que se acercan a sus costas en pateras y las deportan a islas de Indonesia con el
acuerdo de las autoridades de este país. En esas islas se han creado campos de
acogida y las personas que han sido llevadas allí ya se han dado cuenta de que
su sueño de vivir en Melbourne o Sydney no podrán llevarlo a cabo.
Muy distinta es la actitud de la Europa comunitaria, cuyos
líderes y políticos no parecen darse cuenta de que si hoy acogen a medio millón
de refugiados, mañana les tocara lidiar con cinco o más millones.
Manuel Ostos –
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